¡LIBERTAD POR LEY!  

Calíope

 

Hoy es lunes, el día más antipático de la semana, el día que más cuesta arriba se te hace “arrancar”, el día en que tu cuerpo se niega a concederte ningún tipo de privilegio. Pero claro, ¿qué clase de privilegios te puede conceder ya? Los tuve todos el fin de semana.

 

El día 15 de mayo, sábado para más señas, llegaba a Madrid con las entusiastas palabras de mi Mariola y Dove todavía resonando en mis oídos. Ellas ya habían visto y DISFRUTADO la mejor película de aventuras y épica que he visto en años. Por lo tanto, ya estaba apercibida de que lo que me iba a encontrar en la pantalla de cine. Lo malo es que con EL SEÑOR RUSSELL CROWE, nunca sabes a qué grado de felicidad, emoción y excelencia puedes llegar y creo que como en ocasiones anteriores, todas mis expectativas quedaron a la altura del betún viendo el enorme trabajazo que se ha vuelto a sacar de la chistera ese mago que es EL SEÑOR CROWE.

 

Todo ha sido especial en esta ocasión, todo se ha confabulado para que si siempre es muy especial para mí ver una peli de Russell, esta vez (por el género, que me fascina desde que era una niña, por las ganas que tenía de verle en la época medieval y por la larga espera que tod@s hemos tenido que soportar y, sobre todo, porque volvería a ver a mis niñas del foro) creo que lo ha sido aún más y por supuesto no he salido defraudada, todo lo contrario, porque ROBIN HOOD es lo que el cine es y tiene que ser:

 

ESPECTÁCULO, EMOCIÓN, ACCIÓN, AMOR, HUMOR, ACTORES EN ESTADO DE GRACIA Y UNA DIRECCIÓN DE UN MAESTRO (le pese a quien le pese) QUE NO RUEDA, PINTA ÉPOCAS CON UNA ATENCIÓN AL DETALLE IMPRESIONANTE.

 

Creo que en esta película todos son aciertos, el primero no volver a repetir la misma historia de siempre, lo cual agradezco infinitamente, y en segundo lugar, contar con personajes de carne y hueso (no podía ser de otra forma, contando con Crowe).

 

Tenía ganas de conocer a ese hombre, a ese arquero del medievo, buscavidas, sucio, pendenciero, mercenario en los ejércitos del rey Ricardo Corazón de León, (impresionante ese Danny Houston a caballo en el asedio del castillo francés, que compone un personaje breve pero creo que es uno de los mejores Richard Lionheart, que he visto, junto con el que hacía Richard Harris en esa versión lenta y soporífera de Hood que era Robin y Marian, protagonizada por Sean Connery y que ciertos críticos puretas prefieren sin duda, creo que para poder dormir a pierna suelta. con un pasado misterioso y difícil, que sólo quiere conservar su vida, pero no a costa de todo y todos.

 

Un hombre, duro, curtido, pero con ganas de saber y sobre todo de pertenecer a un lugar, ser parte de una comunidad unida contra la injusticia y el abuso, tan normal en la época. Alguien incómodo, alguien que piensa, que ha visto mundo y sobre todo que es sincero y no calla (la escena con Ricardo es antológica). Nos partíamos de la risa Mariola y yo porque después de verla, lo llamábamos rojeras y sindicalista (¿alguien sabe qué es eso en estos tiempos que corren?), pero en el fondo sólo es un hombre, harto de ver y ser objeto de injusticias. Esta frase lapidaria resume lo que ha sido su vida:

 

“NO LE DEBO NI A DIOS NI A LOS HOMBRES,NI UN MINUTO MÁS DE SERVIDUMBRE”. Y Russell Crowe te lo vuelve a mostrar, te presenta al político (otra diferencia con el Máximo de Gladiator, el personaje que puede ser más cercano a este Robin Longstride, como demasiada gente se está empeñando en asegurar, cosa que no comparto porque Máximo era un soldado y padre pero nunca un político), pero también te presenta al hombre y lo hace tan estupendamente (como siempre) que no puedes dejar de admirar a Robin, enamorarte de su físico rotundo (no voy a decir nada de ESE PECHO BENDITO PORQUE TOD@S TENEMOS OJOS), de sus gestos de auténtica verdad en ese semblante que ha pasado por tanto y visto tantas cosas, pero sobre todo enamorarte de ese carácter y huella que da Crowe a todos sus personajes.

 

Podría enumerar mil y una escenas que me enamoraron, me emocionaron y me provocaron sonrisas y hasta carcajadas en la intimidad de la sala de un cine lleno hasta reventar. Pero ahora que escribo, no sé por qué me viene a la cabeza la imagen de Robin haciendo algo tan sencillo como coger el grano, mirando como el cielo le acompaña en su acción de sembrar con lluvia.

 

Siempre he pensado que la quinta esencia de Russell Crowe actuando es esa. Puede coger cualquier personaje, cualquier icono, y además convertirlo en un hombre, un hombre que sangra, engaña, llora, siente miedo, va a la guerra, mata y se enamora.

 

Enhorabuena, señor Crowe, lo ha vuelto usted a lograr.

 

El resto del reparto está a la altura.

Me encanta la Lady Marian que construye Cate Blanchett, una mujer dura y resuelta, como las mujeres que han tenido la desgracia de vivir guerras (da igual la época). Mujeres fuertes que tuvieron que sacar adelante, tierras, vidas e incluso a hombres y por supuesto a ellas mismas y no sucumbir en el intento. Las escenas con Russell son pura química, pura delicia.

 

Max Von Sydow, ese personaje paternal y que tiene la clave de muchas cosas; William Hurt, el político, el noble curtido en mil y una intrigas; Eileen Atkins (estupenda reina Leonor de Aquitania, intérprete inglesa, creadora de la idea de la no menos increíble serie Arriba y Abajo); Mathew MacFadyen (preciosa voz, un poco desaprovechado); Oscar Isaac (visto en Red de Mentiras); Mark Addy como Tuck (una delicia de actor); Mark Strong, elegancia, belleza maligna, y por último esos camaradas, esos Merry Men, dentro y fuera del set del rodaje, que humanizan todavía más si cabe esta entretenidísima historia clásica de buenos y malos en una de las épocas más interesantes de nuestra historia: Scott Grimes, Kevin Durand y la grata sorpresa de Alan Doyle. Impecables, divertidos, dinámicos, de diez.

 

También me acuerdo del comentario de Mariola, en el cine, diciéndome: “Tía, todo hombres, todo tíos”, en el sentido de que hasta personajes más secundarios, como Robert Loxley, el padre de Robin, el rey Felipe de Francia, etc., etc., brillan y completan el soberbio reparto sin parecer de cartón, como desgraciadamente sucede últimamente en películas de cuyo nombre no quiero acordarme. Y no sólo brillan por la estupenda labor de ese equipo de vestuario, fotografía, montaje, dirección artística, etc., etc., con el que el Señor Scott cuenta fielmente en todas sus aventuras. Brillan por la estupenda dirección de un maestro del cine contemporáneo de 72 años llamado Ridley Scott. Muy pocos pueden mostrar en pantalla planos tan soberbios.

 

Poco me queda añadir. ¿Un pero? Se me hizo corta.

 

Espero vivir mucho tiempo para poder seguir disfrutando de ese dúo que tantas alegrías nos dan a los amantes del buen cine.