Pues eso

 

Nada, pleno al cero, ni la hora ni las gracias, off total. Hoy faltaba el punto final a tanto despropósito y ninguneo. Pues eso: nada.

             Paul, majete, mu bien, pero p’a casa, chaval, y de vacío. Otra vez será. La bovina sonrisa de George ha podido más. Claro, cae por su propio peso de progresía de salón que, sinceramente, mi saturación es tan grande que me dan arcadas y eso que sin haber sido nunca santo de mi devoción –tan perfecto, tan divino, tan todo...–, el señor Clooney me había resultado siempre más soportable que tanto pringado suelto que va de resultón y reina de los mares. Hasta ahora. 

            Un consuelo: a los vaqueros maricones les han dado pal pelo, no por detrás, que eso les gusta. Tan de moda –de boquita floja, no nos engañemos– está ahora el arco iris en medio mundo que ya no van a existir los padres, ahora serán progenitores A y B. Última perla del patio progre nacional que ya sabemos cómo se las gasta. En cualquier caso, cualquiera de los ínclitos ganadores de este año en los Oscars me la trae bastante floja. Y para colmo de flojera, un presentador impresentable haciendo la broma de turno, que no por sabida –estaba más clara que el agua por lo fácil que se lo habían puesto y la escandalosa falta de ingenio–, no deja de ser pesada y, de cualquier forma, sobraba.

             Otro consuelo: los cojones del señor Crowe. Pero eso no es un consuelo, es una verdad como una casa, igual que esos huevos que debe tener. Que me vuelvan a dar, qué más da, ya estamos acostumbrados yo y mis nenit@s. Pues sí, cosita mía, pero sigue fastidiando. Bueno, da igual, este pedazo de actor es el hombre más hermoso de la tierra y se tiene lucir, tiene que salir ahí arriba, en esta noche de jodienda, para que lo vea todo el mundo y además presentando una baratija, sin mucho aparato, discretito, pero por Dios bendito que no hay hombre en el mundo que le haga sombra y mucho menos las estrellitas rutilantes que no valen ni p’a tomar por culo.

            

 

 

 

De todas formas, es tontería que la hiel me esté dando saltos en el hígado. Pongamos que es lunes, que flotaba una ilusión aunque ya se veía truncada de antemano por tanto precedente malo. Faltaba el colofón, ya lo sabías. En fin, no ha sido nada raro. El regusto de acidez es el poso que ya quedaba de tantas cosas así que ya no sirve de nada lamentarlo porque se ha disfrutado, y se seguirá haciendo, sin descanso. De Cinderella Man no voy a decir más porque ahí está la crítica que escribí en su día. La tristeza de no ver ni una muestra de reconocimiento en los supuestos mayores premios al cine es inversamente proporcional a tanta satisfacción y felicidad conseguida desde la primera vez que la vi en pantalla, y por supuesto deja intactas la maestría y saber hacer que destila y no pueden serle arrebatados por mucho ninguneo que haya.

             Los motivos tan aparentes para dicha ignorancia supina ya no importan nada. ¿Qué? ¿El tufo del mismo equipo de artesanos ganadores otro año –a los que les dieron todos los premios pero expoliaron con premeditación y alevosía a la razón de ellos–? ¿Otra peliculita de boxeo después del dramón también pugilístico del año anterior? ¿Un telefonazo mal dado? (A este paso y visto lo visto, todavía me da lástima que no hablaran de asesinato, así de bajo he caído... ¡Pues me sigue importando un carajo!). ¿Simple antipatía? ¿O es que solamente sigue despreciándose aquello que se envidia?

             Va a ser eso. A ver si no qué llevan buscando en la meca del cine, sin encontrarlo claramente y más que en ráfagas muy de allá para cuando, desde hace tanto tiempo: talento, señor@s, talento aunque sea en medianías de poco pelo. Los grandes, los que lo tienen de verdad como un don pero no comulgan con ruedas de molino o no sonríen como George, suelen ser ninguneados o apuñalados a traición o con chistes gilipollas. Lo dicho, pura envidia y desprecio porque el talento, el bueno, el auténtico, no se vende al mejor postor sino que es él quien lo elije.

             Así que me quedaré con lo de siempre: la emoción, sentir la mejor realidad de esa expresión ficticia de sentimientos que, en teoría, se ha de ver en el cine, ya sea en un drama, una comedia o una aventurilla de ciencia-ficción. Si además es tan bella, además de la exterior, es difícil que la tristeza de una ilusión rota en dos segundos te quite tamaña satisfacción.

Mariola.

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