Me llamó Kerry Packer una semana o dos después de nacer mi hijo. Nos felicitaba, a Danielle y a mí, por habernos unido al club de los padres. Estaba dando una cena porque se oían las risas y el sonido de copas y platos por el teléfono. Me preguntó que qué había estado haciendo. Yo dije que acababa de cambiarle los pañales a Charlie y lo iba a bañar en un minuto. Él me pidió que esperase un momento y formuló una pregunta a sus invitados. Cuando se puso al teléfono otra vez me dijo, "les he preguntado a los hombres de la mesa, padres todos, que cuántos de ellos habían cambiado pañales alguna vez y han contestado que ninguno. Has conseguido muchos puntos con las mujeres aquí, hijo."
Un mes o así más tarde yo estaba hablando con mi padre Alex, y le dije que la alegría de tener a Charlie durmiéndose en mi pecho era inconmensurable y le pregunté si podía acordarse de haberme tenido así a mí a la misma edad. Me miró un poco cabizbajo por un momento y luego contestó, "no hasta que no fuiste más mayor". En su tiempo, dijo, eso simplemente no se hacía y no importaba si él quería, los bebés no eran territorio masculino.
Los tiempos cambian, las costumbres y los valores de la sociedad cambian, y en estos días te consideran un dinosaurio si no echas una mano como padre. Yo quiero a mi niño y haría cualquier cosa por él. Los pañales y cosas por el estilo son sólo la mínima punta del iceberg.
Sin duda el libro de Andrew estará lleno de historias sobre lo más inesperado; va con el tema. Aunque yo tengo que decir que he conseguido evitar el típico asunto de que se te hagan pis encima. Estoy seguro de que mi hijo me ha tenido de objetivo varias veces pero su viejo es demasiado rápido para él. Dani, por el contrario, ha sido "herida" en acción un montón de veces.
Mi historia favorita fue en un barco en Queensland. Charlie tenía once meses y ya iba y venía. Dani se lo había llevado para bañarlo y lo dejó en las maravillosas sábanas de algodón egipcio de la cama para quitarle la ropa. Cuando se quedó desnudo, ella tuvo el irrefrenable deseo de acunar su pequeña y perfecta forma. Completamente comprensible; él, como todos los bebés, es adorable. ¡Ah, la calidez de acunar a un bebé!
Pero espera, pensó ella. Es cálido y húmedo... retirándoselo para descubrir que el niño le estaba haciendo una ola gigante. En segundos se empaparon. Así que cuando le dio la vuelta, él siguió haciéndoselo, se convirtió en un particular objeto deslizante mientras gateaba, se arrastraba, iba y venía de un lado de la sabana a otro. [...]