LUCILA Y MÁXIMO

Desde aquel beso que en ese momento

jamás pensó que fuese de despedida,

se había quedado yerma y vacía.

 

Su piel morena y encendida ya no la calentaría.

El brillo de sus ojos azules ya no la deslumbraría.

 

Una vez más, Máximo había salido de su vida,

pero el recuerdo de la persona que más quería

jamás la abandonaría.

 

Cuando lo vio moribundo en la arena,

mirarla como si hasta el último poro de su piel

a este mundo ya no perteneciera,

dejó de existir, murió también ella.

Hubiese gritado, llorado, mesándose el cabello,

aullando como una hiena.

 

¡Malditos dioses, yo os maldigo,

No os lo llevéis! ¡Júpiter supremo, por lo que más quieras!

 

No obró así. Se dejó caer de rodillas ahogándose por la pena,

susurrando palabras de aliento,

muriendo allí mismo, acompañándole,

abriéndose las venas.

 

Y por fin llegaba su hora, tan largamente esperada.

Se acabarían las pesadillas, las noches amargas,

susurrar en mitad del día su nombre,

mojar con lágrimas las frías sábanas.

“No he dejado de sentirme sola, excepto contigo”.

Había tenido valor para al fin hacer brotar de sus labios

la verdad que moraba en su alma, tantas veces por el maldito

deber acallada.

 

Si pudiera volver atrás...

Si pudiera volver a amarlo sin que nadie lo impidiera...

Una sonrisa acudió a su ajado rostro.

Ya no había leyes, ya no había hermanos malignos,

ya no tendría que esconderse después

de amarlo a manos llenas.

 

La hora de su muerte llegaba más

despacio de lo que ella quisiera.

 

Empezó a sentir frío y el sueño acabó por vencerla.

Y de repente la luz matando las tinieblas

que la hizo casi ahogarse de gozo al ver

su mirada serena.

 

¡Ah, Lucila, sigues siendo tan bella!

 

Su voz la hizo llorar de pena.

¿Por qué, dioses crueles, más tortura? ¿ Más peso a sus cadenas?

 

Lucila, no es tortura, es el Elíseo al que tu alma llega.

 

Cerró los ojos confundida.

Máximo se los abrió soplando los párpados,

su aliento se convirtió en una brisa ligera.

 

¿Sabes cuánto tiempo he soñado con este momento

desde que nos separamos en la arena?

Máximo la estrechó entre sus brazos, gozando de su piel,

haciendo que todo su ser en cera se convirtiera.

 

Ssh, ssh, ya no habrá más dolor,

más angustias, más miserias.

 

Lucila sintió cómo la voz profunda de Máximo

se convertía en una caricia que recorría

su cuerpo entero de pies a cabeza.

 

Se besaron, una dulce danza bailaron sus lenguas,

suspiros de sus gargantas,

manos entrelazadas, miradas entre uno y otro

que acabaron de echar abajo rebeldes barreras.

 

Los dedos de Máximo recorrían su piel tersa,

mientras ella demandaba su pasión, tanta que perder la cabeza la hiciera.

 

“No he vivido hasta que te conocí,

sin ti estaba muerta”.

 

Del cielo de los ojos de Máximo rodó una lágrima traviesa.

¿Qué he hecho yo para merecer tanto amor?

Dímelo, alma gemela...

Que ni deberes ni otros amores a éste

han podido echar tierra,

que ni la muerte, en la locura de quererte

como lo he hecho siempre, han podido hacer mella.

Y no habrá nada, ni cielo ni tierra,

ni paraíso ni infierno que vencernos pueda,

Pues mi amor son cadenas y tú tienes las llaves

que las abren y las cierran.

 

Calíope