Me bañé en la mar dulce,
que sin sal dejaste,
me bañé a tu lado, aún con el miedo en el cuerpo,
de que al mirarte a los ojos, pudiera ahogarme.
Me sequé con las velas,
que a una orden tuya,
se desplegaron arrogantes,
entonces me di cuenta, eran alas de ángel.
No eras capitán de barcos,
sólo de almas errantes.
No era el viento el que me acariciaba susurrante,
era tu voz maravillosa,
que hacía que las de los rudos marineros
sonaran frágiles como tiernos infantes.
No marcaba el rumbo el mejor de los sextantes,
era tu cabello dorado,
que hacía palidecer al sol y esconderse a las estrellas más brillantes.
Y en timón se convirtieron tus manos grandes,
y de proa a popa mi cuerpo exploraste,
¿Y qué decir de tus fuertes brazos, convertidos en mástiles?
¿Y tu risa hipnótica, que al canto de las sirenas puede igualarse?
Con tu lengua marcaste los mapas que me dieron alcance,
y en tu lucha te vi radiante,
ganar el botín que era mi carne,
y mi corazón se convirtió en un Cabo de Hornos,
en un huracán de oleaje,
más llegamos a buen puerto,
y al agua volvimos audaces,
y tu hermano el viento vino al rescate.
Extendiste tus brazos,
y pegada a tu cuerpo navegué teniéndote como bandera y estandarte,
y sonreí al escuchar cañonazos de deseo que amenazaban con desgarrarme,
y ya no tuve miedo de que al mirarte,
pudiera ahogarme,
a no saber donde empieza,
el cielo y termina el mar, en tus ojos brillantes.